La importancia del lugar

Decía el paisajista Nicolau Rubió i Tudurí que la primera consideración a la hora de hacer el jardín era dónde colocamos la casa. Evidente. A parte de las significaciones culturales que pueda tener el jardín entre el oasis y el claro en el bosque, o del grado de naturalidad del paisaje, de que la casa se situe con gracia en el sitio depende todo ese equilibrio.

Olvidarlo supone uno de los errores que más desvelos deja. Sufrir por un cesped siempre quemado, insostenible en un clima como el nuestro. O tener que vivir con la triste visión de un arbolado secuestrado en un asalto dominguero al vivero de turno, y que nunca termina de remontar su raquítica existencia. Evitarlo es relativamente sencillo desde un planteamiento correcto de lo que supone construirse una casa.

El objetivo no es más que construirle un mundo inmediato a la vivienda, partiendo de preguntas tales como por dónde se accede a la casa, qué espacios permiten disfrutar del exterior, la altura respecto del suelo o hacia dónde miran las ventanas. Cuestiones que permiten una implatación con las sugerencias y matices que marcan las posibilidades de disfrute que tiene el exterior.

Cuando el esfuerzo de mantenimiento no se hace aparente, cuando el olor y los ruidos de la casa se mezclan con los del jardín, sabemos que estas estrategias han tenido exito, y podemos disfrutar de sentarnos a comer bajo una pérgola un día de verano, o que se nos cuele la atmósfera dorada del otoño hasta la cocina. Placeres que justifican por si solos la batalla de hacerse una casa.